¡Al fin libre!

El sonido de una piedra arrastrándose comenzó a oírse en todo el Bosque del Ocaso. Algunas de las criaturas miraban inquietas hacia todos lados, intentando huir, mientras que otras, tanto depredadores, malditas como no-muertos olisqueaban el aire en busca de lo que podría ser una presa. En el cementerio del Cerro del Cuervo, una figura pequeña, sucia y desaliñada salía de entre las criptas más antiguas y ruinosas. Una joven, rubia, de pelo largo y ojos claros se sacudía su mugrienta toga, mirando alrededor entrecerrando un poco los ojos  para adaptarse a la luz del mundo exterior. Respiró hondo, sintiendo su libertad, saboreándola más que nunca, pues llevaba años sin salir de debajo de la tierra. Miró a su alrededor, buscando un posible camino con un posible poste con indicaciones. Después de un rato, la consiguió encontrar no dudó en salir corriendo para estirar sus entumecidas piernas.Se fijó en varios hasta que pudo divisar el cartel que buscaba: Ventormenta. Satisfecha, le dedicó una sonrisa a la nada y se dispuso a caminar.

Una vez más, Sombrero observaba desde la entrada de la taberna del Cerdo Borracho todo el local. Estaba como siempre, guardias borrachos que habían terminado su turno, elfos nocturnos desconfiados susurrándose en su idioma, ladrones que se aprovechaban de unos y otros, incluso las señoritas de compañía de siempre. Reese, el tabernero se encargaba una vez más de que todos los clientes no pasasen sed. Mientras se sacaba un cigarro de su chaleco negro y lo encendía con una llama roja, algo pasó por su lado que interrumpió sus pensamientos...