-Corred, chicos, ¡creo que se ha ido
por ahí! -James le hizo un gesto a sus dos amigos para que le
siguiesen.
-No puede haberse ido muy lejos, es un
pollo gordo y sus patas son demasiado cortas. -Aseguró Tim, jadeando
un poco por la persecución.
El rechoncho y torpe lechúcico se
agazapó dentro de una de las cajas de pescado del distrito de
mercaderes, estaba cansada de huir. Todos los días los macarras de
James, Tim y Marcus la perseguían y la obligaban a hacer cosas
espantosas, como tirarse a los Canales de Ventormenta o robar
caramelos de los puestos. Evangeline abrazó sus patitas rechonchas y
comenzó a sollozar, entre extraños ruidos, sin poder evitar ulular.
Desde que tenía uso de razón siempre había sido una niña muy
tímida, y, por suerte o desgracia, tenía un don: era capaz de
transformarse en una lechubestia... Aunque no era capaz de
controlarlo, sólo ocurría este suceso cuando se veía sometida a
algún tipo de presión o nivel de estrés que la superase.
Cualquiera que lo supiese pensaría que era un maravilloso poder,
puesto que los honorables druidas tenían esa magnífica capacidad y
la usaban valientemente en las batallas, ya fuese contra la Plaga, la
Legión o cualquier enemigo de la naturaleza. Ella sólo era una niña
humana, no quería ser cambiaformas.
Había perdido la noción del tiempo,
llevaba tanto tiempo ahí metida que ya ni siquiera sentía el olor a
pescado pasado. Asomó su cabecita para asegurarse de que ya no
estaban allí, pero algo se interpuso en su visión...
-¿Aquí estabas, pollo gordo?- Tim rió
bastante alto.
Agarró por la cornamenta a Evangeline
y la obligó a que se levantase. No podía parar de llorar, sabía
que por esconderse recibiría un castigo peor que el que solían
darle por cualquier cosita que hiciese. James se acercó, sonriente,
con una bolsa en la mano, una bolsa que olía realmente mal.
-Vaya... Vaya... Gordeva...- Así
llamaban a la pobre niña cuando adquiría esa forma.- Veo que te
encanta jugar al escondite... Bueno, mejor. Debes tener hambre
después de realizar tal esfuerzo, ¿a que sí?
El niño tiró la bolsa a los pies de
la pequeña, cayendo algo de su contenido al suelo: excrementos. Ella
le miró, suplicante, cosa que lo único que conseguía era arrancar
una risotada de los otros dos truhanes.
-Es tu comida, Gordeva, acorde
contigo... Mierda de caballo. ¿No es genial? Para que veas que tus
amigos nos preocupamos por ti.- Añadió Marcus mientras le daba un
tirón por los cuernos hacia delante, obligándole a arrodillarse.-
Vamos, cómetelo todo y no dejes nada.
James le pisó la cabeza, restregando
su pico por los excrementos. No paraba de temblar ni llorar, tenía
miedo, quería irse a casa... ¿Por qué tenía que pasarle eso justo
a ella? Quería morirse, para Evangeline, vivir era una tortura cada
día por culpa de esos tres. De repente, tras de ellos, una voz
fuerte, imponente, detuvo la situación.
-¿Qué se supone que estáis haciendo,
infantes?- Un elfo de la noche ataviado con túnicas de color
esmeralda y finos hilos plateados, adornándola, les miraba, con una
expresión de pocos amigos.
Los tres niños se miraron entre ellos
y salieron corriendo, dejando atrás a la temblorosa, atemorizada y
maloliente niña, la cual estaba agazapada, sollozando
incontroladamente. El elfo se acercó a ella, la agarró por las
axilas y la puso en pie, dejando su mano sobre su cabecita, en una
suave y dulce caricia. Le dedicó su mejor sonrisa, intentando
calmarla.
-Ya pasó, pequeña...- Dijo con una
voz cargada de ternura, mientras apartaba sus cabellos albinos de su
propio rostro, para verla mejor.
Pollituuuuu lindooooo! ^^
ResponderEliminar*-* ¡Hola dola! Me alegra que te guste el pollito. ¿Cómo vas por tu mundo happyflower? :D
ResponderEliminar