domingo, 7 de agosto de 2011

El alma perfecta (Primera parte).

Tras varios años de intentos y esfuerzos, Azreia creía haber encontrado al fin la manera de volver a traerle de vuelta... Aquel demonio que pactó con un miembro de la familia Yavetil, el cual sirvió a la familia hasta final de su contrato. Unos años atrás, intentó invocarle por la vía que apenas conocía: descubriendo su verdadero nombre. Investigó y rebuscó en cada uno de libros de historia y ocultismo que tuvo a su disposición, buscó pequeños familiares que vivían en las cavernas más profunda y les sometió para sacarles información, pero ninguno dio resultado. Se pasaba las noches en vela, estudiando, relacionando, sin lograr sacar nada en claro. Realizó el ritual en varias ocasiones, sin ningún tipo de éxito. 


Necesitaba verle, volver a hablar con él, recordando los viejos tiempos junto a él, aquellas largas tardes de tendidas y curiosas charlas que tanto le gustaban, todas sus escapadas y travesuras que parecían no agotar jamás la paciencia del ente... Y... Desde luego, llevar a cabo su propósito, por el cual tenía pensado hacer un pacto con él. Esta vez no fallaría. Le traería de nuevo y esta vez hasta el final. Comenzó a formular un hechizo, en el cual, se iría dibujando con fuego en la arena el círculo de invocación deseado, los finos granos de la playa se iban cristalizando al mínimo contacto con el ardiente elemento. Finalmente, el dibujo mágico de cristal brillaba bajo los rayos del sol. Satisfecha con el resultado, sonrió y saco un pequeño arma blanca que tenía como mango el colmillo de lo que parecía ser un animal bastante grande. Se cortó la palma de la mano y dejó caer unas gotas de sangre, mientras recitaba el conjuro para volver a traerle de vuelta. Los cristales comenzaron a temblar, tiñiéndose toda la arena del interior del círculo de sangre, que poco después, se convertiría en algo negro y vil. Poco a poco una figura comenzó a formarse en aquel lugar oscuro y finalmente, un hombre, de mediana edad, pelo negro y corto, alto, increíblemente bello y unos profundos ojos rojos apareció delante de ella. No pudo reprimir un grito ahogado de felicidad.

-¡Has venido!- Dijo ella, por fin, feliz.




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